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"Para que las Hermanas puedan hacer vida de reparación, que es el espíritu del Instituto, deben por consiguiente, estar animadas del espíritu de compunción, es decir, deben habitualmente lamentarse, gemir por los pecados propios y los de todo el mundo, sentir en el corazón vivo dolor de las ofensas suyas y ajenas con que se haya contristado al amable Corazón de Jesús. Este espíritu de compunción es el que ha animado a todos los santos, aun aquéllos que conservaron limpia la blanca vestidura de la gracia. Este fue el espíritu de Jesucristo y de la Inmaculada Virgen María, pues si ellos no tuvieron que expiar faltas propias, sintieron sin embargo dolor vivísimo de los pecados de los hombres, Jesucristo cono Redentor y María como Corredentora del género humano.
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Dice el Padre Faver: Desde el primer instante hasta el último suspiro, fue en cierto modo un dolor perpetuo, fijo, profundo, plenamente percibido por la razón de entrambos, que desde el primer instante de su ser fue plenísima, dolor que en ellos vivió incesantemente identificado en todos sus afectos y situaciones de su vida; dolor nunca tan sombrío que anublase sus almas, pero sí profundo y condensado para no disiparse jamás; dolor por el cual, lo presente, lo pasado y lo porvenir, eran un solo punto, pues ya él desgarraba el corazón de María en los momentos mismos de glorificar a Dios, así como en el alma por siempre bendita de Jesús permanecía sin consumirse, aun en medio de las llamas refulgentes de la visión beatífica. ¡Admirable misterio, en verdad, el de este continuo dolor!
"El espíritu de compunción es indispensable para la santificación, porque la santidad consiste en la unión del alma con Dios y esa unión no puede verificarse, sino mediante la purificación cada vez más acentuada por medio de la compunción. Por esto David con instancia pedía al Señor que le purificara más y más: Amplius lava me...
"Se cree a veces, que ese espíritu constante de dolor, es propio únicamente de los recién convertidos o de los grandes pecadores. Error muy grande. El espíritu de compunción es muy necesario en todas las épocas de la vida, porque de su ayuda necesitamos para subir a la montaña de la perfección. Si para santificarnos necesitamos amor, el espíritu de compunción nacido del amor, lo sostiene y fomenta, lo alimenta y aviva. Si para santificarnos necesitamos adquirir las virtudes, la compunción nos hace humildes, modestos, mansos, caritativos. Si celo necesitan para trabajar por las almas, especialmente para volverlas a Dios, el espíritu de compunción les dará ese celo.
"Dice un autor: Las almas, tocadas interiormente de un vivo pesar de las ofensas hechas a Dios, a medida que ahondan su dolor con el ejercicio de la compunción, se encienden más y más en el celo de la salvación de los demás. Y en verdad, de todas las obras buenas, de todas las acciones divinas que un alma reparadora puede hacer por la gloria de Dios, ninguna como la de salvar las almas redimidas con la sangre de Jesucristo. Le es tan agradable a Dios la virtud del celo de su gloria por medio de la salvación de las almas, que parece ha ligado a esta virtud, el don más grande y gratuito, cual es el de la predestinación eterna, como dice San Agustín: Animam salvasti, animam tuam praedestinasti, Haz salvado por tus esfuerzos y cooperación un alma, pues confía, eres predestinada.
"Tampoco es exclusivamente propio del espíritu de compunción de los grandes pecadores convertidos. Almas tan puras como San Luis Gonzaga y Santa Margarita María Alacoque, lloraban y se afligían constantemente por faltas ligerísimas; y San Agustín, según se lee en las lecciones historiales de su fiesta, solía decir que nadie, aun cuando no tuviera conciencia de crimen alguno, no debía exponerse a salir de esta vida sin haber hecho penitencia. La gran maestra de espíritu, Santa Teresa de Jesús, cree muy propia la compunción aun de las almas que han llegado a muy alta unión con Dios. Dice: Os parecerá que las almas a quienes el Señor se ha comunicado tan particularmente, estarán ya tan seguras de gozarle para siempre, que no tendrán qué temer ni qué llorar sus pecados; esto sería muy grande engaño, porque el dolor de los pecados crece más, mientras más favores recibimos de nuestro buen Dios; tengo yo para mí que aunque estemos a donde ninguna cosa pueda dar pena, que esto no se quitará.
"Ustedes necesitan de intensa vida interior, de unión grande con Dios si no quieren que su trabajo en bien de las almas no sea tan fecundo como de otra manera sería. Esa vida interior, esa unión de su espíritu con Dios, la encontrarán fácilmente en la compunción, en ese dolor constante que les haga gemir por sus pecados y por los de todo el mundo. La compunción les dará esa vida del espíritu que busca siempre y estudia a Jesús, para imitarlo; que tiene su gozo en poseer a Jesús, que sabe sufrir en silencio; que se alimenta en su habitual recogimiento, de las inspiraciones del cielo, que acoge y obedece con prontitud. El alma compungida que gime en su interior, ora con sus gemidos en su interior y su oración halla siempre acogida en Dios, quien no desprecia jamás el corazón contrito y humillado.
"Mas no deben pensar que esa vida de compunción será una vida triste, melancólica. Sucede todo lo contrario; porque como ese dolor nace del amor y crece más cuando más se ama, el corazón animado de esa vida, se siente invadido de un gozo íntimo y sólido con el que no son de compararse todas las alegrías del mundo. La experiencia será lo que mejor podrá convencernos de ello.
"El alma habitualmente compungida, dice un piadoso autor, siente una sed devoradora que la consume: imitar a Jesús, sus virtudes heroicas, sus dolores y sobre todo los sentimientos interiores de su dulce Corazón, anima al alma sedienta de esa fuente de vida, de luz y de amor.
"Si sufre, sufre con Jesús; si trabaja, se une a Jesús; si ora, ora con Jesús; mas en lo que se esfuerza con humilde constancia, en lo que se empeña con entera confianza, es en reproducir en su corazón los sentimientos de Jesús".
"Y, ¿De qué medios se pueden valer para alcanzar este espíritu de compunción que tantos bienes acarrea? Ante todo es preciso pedirlo al buen Jesús, pues de El procede todo don; pero pedirlo con instancia, con humildad, no temiendo importunarlo con nuestras reiteradas súplicas. Es indudable que nos lo dará. Es preciso, además, ejercitarse en pensar detenidamente en los incontables beneficios que de Dios hemos recibido: la salud, la vida y tantos otros beneficios particulares, sobre todo el habernos librado del infierno que tantas veces hemos merecido por nuestros pecados; las gracias innumerables que nos ha concedido para nuestra santificación y salvación ¡Cómo no nos hemos de doler de nuestros culpas e infidelidades, mirando la ingratitud con que hemos correspondido al buen Dios que de tantos beneficios nos ha colmado! Es preciso pensar en la ingratitud de los hombres que con ofensas pagan a Dios los beneficios que les hace; pensar en Jesucristo, esto es, en un Padre lleno de amor, que en vez de la justa correspondencia que espera de sus hijos, no recibe sino ingratitudes y desprecios. ¿Qué corazón de hijo, por poco noble que sea, no se dolerá de ver a su buen Padre ultrajado por los hijos ingratos?
"Llénense, pues del espíritu de compunción; duélanse de tantos pecados que en el mundo se cometen; con vuestros actos de dolor, con sus gemidos, con sus lágrimas, consuelen a Jesús, su Esposo que se queja de la ingratitud e iniquidades de los hombres: Hijas son del Sagrado Corazón de Jesús y por fuerza tienen que lamentar los pecados con que se le ofende".
Nuestro Padre Fundador Mons. Eugenio Oláez Anda
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