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Los primeros cristianos contemplaron el Corazón traspasado, y el la edad media, el corazón de Jesús adquirió su función vital de simbolizar la unión transfigurante del corazón del hombre en el Corazón de Jesús. Nos muestra su Corazón especialmente en su muerte, dándonos así la prueba del "mayor amor" la "del que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13) y perpetuando esa prueba en su corazón siempre abierto "mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37).
Los padres de la Iglesia hicieron de la herida del costado de Cristo, de la cual salió sangre y agua (cf. Jn 19,34), lugar preferido de su contemplación amorosa del misterio redentor. La imagen que la cristiandad primitiva se forma del Corazón de Jesús es la imagen de la fuente que mana el Espíritu de la herida del costado, y de la Iglesia que sale del corazón del Señor.
Está presente un Dios que se revela ante todo, y sobre todo, Padre infinitamente bueno, que se revela porque Él es amor. La motivación de la obra redentora la ve san Juan en el amor del Padre: "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su unigénito Hijo" (Jn 3, 16).
Vivir la espiritualidad del. Corazón de Jesús es guiarse por la dinámica de su Corazón. Creer en su amor, actuar según el amor. En esto hemos conocido lo que es el amor: "en que Él dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16). Si de verdad amamos al Corazón de Jesús, ese amor hará que nos consagremos a Él haciendo de nuestra vida una continua reparación.
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De una consideración más bien histórica y objetiva del Corazón de Cristo, en cuanto éste es el origen de todos los bienes mesiánicos en orden a nuestra santificación pasará la Edad Media a vivir con preferencia al aspecto subjetivo y personal del Corazón de Jesús, es decir, la totalidad de la vida interior de Cristo, lo cual posee su unidad y su raíz en el amor.
Cuando con San Juan Eudes y Santa Margarita María de Alacoque se abre el gran periodo del florecimiento del culto al Corazón de Jesús, centenares de autores del siglo XII al XVII habrán aportado ya su testimonio a favor de una piedad cristiana ungida por la veneración del Corazón de Jesús.
Así, Pío XI defina la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: "La Devoción al Corazón de Jesús está totalmente de acuerdo con la esencia del cristianismo, que es la religión del amor. Y que tiene por fin el aumento de nuestro amor a Dios y a los hombres. No apareció de repente en el magisterio de la Iglesia, ni se puede afirmar que deba su origen a revelaciones privadas. Pues es evidente que las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque no añadieron nada nuevo a la doctrina católica.
La importancia de estas revelaciones está únicamente en que sirvieron para que de una forma extraordinaria, Cristo nos llamase la atención que nos fijásemos en los misterios de su amor. En su Corazón debemos poner todas las esperanzas".(5)
La devoción al Sagrado Corazón es una practica que nos hace vivir de las actitudes fundamentales del cristianismo: el amor y la reparación; el amor que reconoce agradecido, aquel del que Jesús habló en la gran revelación de Paray Le Monial cuando dijo: "He aquí este Corazón ha amado a los hombres…" La reparación constituye el espíritu propio de la devoción al Sagrado Corazón. Esta reparación se encuentra incluida en la consagración. La reparación es la parte más importante del culto al Sagrado Corazón. La verdadera reparación debe ir unida a Cristo quien es el verdadero y gran reparador.
Ya que la reparación es una actitud permanente manifestada en frecuentes actos; por lo tanto que los amigos del Corazón de Jesús, procuran amarle y honrarle por los que no le aman, ni le honran.
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Por tanto la espiritualidad de Mons. Eugenio Oláez, con la connotación tan propia y peculiar impregnada del amor desbordante del Corazón de Jesús, sin duda no fue entendida sólo como un conjunto de prácticas piadosas y ascéticas yuxtapuestas de cualquier modo al conjunto de derechos y deberes determinados por la propia condición de su esencia sacerdotal; por el contrario, las propias circunstancias, en la que le tocó vivir, en cuanto respondan al querer de Dios, fueron asumidas y vitalizadas sobrenaturalmente por un determinado modo de desarrollar la vida espiritual y que fue alcanzando su madurez y plenitud, precisamente en y a través de aquellas circunstancias concretas, dentro de sus actividades propias y del ministerio, como también aquellas obras propias de su grande celo por la salvación de las almas que emprendió entregando lo mejor de él mismo.
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Percibir lo que no percibimos, vislumbrar en lo cotidiano un valor trascendente, acrecentar la nobleza de las cosas ordinarias y escudriñar el amor infinito requiere de un gran espíritu contemplativo. Mons. Oláez en este soneto expresa su ardiente amor al Sagrado Corazón de Jesús herido por la ingratitud de los hombres y el grande anhelo de su alma para unirse a Jesús y saciarse en la fuente de su caridad infinita.
Prendado del Corazón de Jesús, Eugenio Oláez Anda lo amó con intensidad, lo contempló íntimamente, se llenó y dejó transformar de Él… y, como reflejo de esa plenitud y exuberancia interior, comunicó a los demás con santa vehemencia su experiencia de Dios.
Así, de su trato íntimo y afectuoso con Jesús sacramentado, de su continua meditación de las quejas del Amor divino menospreciado, brotó aquel celo ardiente que lo convirtió en un nuevo Apóstol del Corazón divino de Jesús y en un heraldo de ese amor y de la reparación al mismo Corazón Sagrado. (7)
No cabe duda, pues, de que el Señor Oláez fue un decidido amante del Sagrado Corazón de Jesús. Cuando en cierta ocasión que se le preguntó si de verás le amaba, contestó como un santo: "¡Cómo que no, si es mi viejo amor!". Ciertamente era su viejo amor, amor que nunca olvidó, amor que nunca dejó y amor al que nunca dijo adiós ni en sus más grandes alegrías, ni en medio de sus más profundas tristezas.
Un sacerdote tan consciente y dueño de sí mismo, como era el Señor Oláez, tan piadoso, que amó tanto al Sagrado Corazón no sólo en la especulación sino también en la práctica, un sacerdote que piensa, habla y siente de esta manera debe ser, un hombre de Dios, un varón justo. Por eso es que al estar junto a él, al tratarle de cerca se notaba enseguida al sabio, pero se sentía al sacerdote; se veía al hombre, pero se veneraba al santo. (9)
Toda su vida la consagró al Amor de los amores. Ante el Sagrario mantuvo viva esa llama de su grande amor a quien ama sin cesar en el abandono absoluto de su beneplácito.
Cristo ha querido necesitar del sacerdote ministro para victimarse bajo signos eucarísticos. El ministro sensibiliza a Cristo Sacerdote, manifiesta su voluntad de ofrecerse, le hace presente en estado de víctima, hace que sea el sacrificio de la Iglesia.
"Nuestro Sumo Sacerdote se sirve de mi inteligencia, de mi voluntad y de mis labios para hacerme pensar, querer y pronunciar la afirmación que declara: Éste es mi cuerpo". (11) Fruto más precioso de su ardiente devoción al Corazón Divino de Jesús, fue Mons. Oláez su abrasado amor a la Sagrada Eucaristía, de la que se alimentó cotidianamente. Tantas veces lo hizo presente a Jesucristo y lo distribuyó en alimento que da vida para la vida eterna e innumerables fieles.
La espiritualidad sacerdotal es una vivencia del ministerio según el Espíritu de Cristo (PO 13). La gracia y el carácter del sacramento del orden urgen a vivir esta realidad sacerdotal, que, es también realidad mariana.
La espiritualidad mariana no es un adorno ni siquiera un complemento de la espiritualidad sacerdotal general, sino que es un aspecto integrante de la misma, puesto que María es parte integrante del ministerio de Cristo anunciado, presencializado, comunicado y vivido por el sacerdote.
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